domingo, 17 de enero de 2016

"Algo habrán hecho"

              Con esas tres palabras una parte de la sociedad justificaba la tortura, los asesinatos y la desaparición de personas. Una frase que encierra el desconocimiento sobre lo acontecido, que exterioriza la propia ignorancia del que la manifiesta. "Algo", no sé qué, no sé cómo, no sé cuándo, no sé dónde, no sé quién, no sé porqué. En la conjugación del verbo también manifestaron su creencia de que ese algo podría haber ocurrido, pero que no tenían una mínima certeza de que así haya sido, no usaron el pretérito perfecto simple, no dijeron "hicieron", usaron el futuro perfecto, "habrán hecho", de esta manera, sin certeza, ni siquiera indicios, sentenciaban, certificaban que eran culpables. Al hacerlo así, no diferenciaban si eran miembros de agrupaciones armadas u obreros, periodistas, escritores, pensadores, curas o estudiantes secundarios que reclamaban un boleto estudiantil. Tampoco diferenciaban si habían puesto una bomba o escrito un artículo periodístico. La defensa en juicio no existió. El uso de esa frase se extendió en el tiempo, atravesó la década del 70, la del 80 y la del 90. 
           A partir del 2003 se cambió la concepción del Estado, dejó de ser ese Estado puramente represor, aunque haya seguido siendo una institución represora, ya que lo es per sé; y pasó a ser un Estado que brindó derechos económicos, sociales, culturales y civiles. Empezó a circular información, se empezaron a juzgar represores, se vislumbró el objeto económico de esa carnicería y la frase se fue apagando, se empezó a escuchar más fuerte el reclamo por memoria, verdad, y justicia. Pero los propaladores de la frase no se fueron. Estaban, están. Y hoy vuelven a la superficie, se apresuran en justificar despidos "serían ñoquis", en alabar la represión, que se transformó en "orden" y, ahora, celebran la privación de libertad de una dirigente con dudosos basamentos jurídicos. Milagros Sala está presa por negra, por mujer, por colla, y por dirigente social. Está privada de la libertad por haber armado y dirigido una organización que construyó viviendas, que brindó asistencia social y sanitaria, que formó cooperativas de trabajo, que tiene fábricas y escuelas y que hasta construyó piletas, para que los que nunca tuvieron nada puedan disfrutar de un verano. Ahora se puede saber que es ese algo que habrá hecho, lo están disfrutando los pobres de Jujuy, esos por los que hizo más la Túpac Amaru en 15 años que el Estado en 200.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

“Éramos un colectivo social desprolijo y contestatario, pero solidario”



                                                       
Juan Capodistrias

                                             Miembros de la Coordinadora Memoria y Justicia por Cromañon            
  
         A los 14 años Juan Capodistrias se dio cuenta de que el mundo en el que vivía no lo conformaba, no lo representaba y no se sentía cómodo en él. El rock, al igual que para otros miles de jóvenes, fue el canal de expresión que pudo plasmar esa disconformidad. Encontró su propio universo en los recitales.
       La noche del 30 de diciembre de 2004 Juan fue a República de Cromañón a ver a Callejeros. A cantar, a saltar, a gritarle al mundo que él no estaba de acuerdo con ese sistema que lo oprimía y lo expulsaba. Sin saberlo, estaba asistiendo al lugar donde la ambición empresaria y la corrupción de los funcionarios públicos confluyeron con la solidaridad de cientos de pibes que, como él, no tuvieron barreras a la hora de poner en riesgo su vida por salvar la del otro.



-¿Cómo es la situación de un sobreviviente hoy, diez años después?

-De alguna manera logramos resignificar lo que pasó. Con la Coordinadora (Memoria y Justicia por Cromañon) estamos tratando de salir a dar otro mensaje a la sociedad, por eso hicimos unos cuantos festivales, en conjunto con la Subsecretaría de Juventud del ministerio de Desarrollo Social, en los que buscamos resaltar otras cuestiones de Cromañón, por ejemplo, la solidaridad que reinó ahí entre los pibes. La justicia dio a conocer el dato de que aproximadamente el 40 por ciento de los chicos murieron por entrar a sacar a otros. Dieron su vida por otros.



-En febrero de este año se suicidó Martín Cisneros, uno de los sobrevivientes de aquella noche. Teniendo en cuenta que es el decimoséptimo que decidió quitarse la vida, probablemente haya necesitado una ayuda psicológica que nunca llegó, ¿Vos haces tratamiento psicológico?

-Yo empecé el tratamiento en el Alvear en 2005. Por protocolo a los 6 meses te dan el alta o te derivan con otro profesional. Mi psicóloga me dio el alta, pero yo en ese momento sentía que necesitaba seguir, le pedí continuar, y me derivó a otro psicólogo que no me gustó. Después no hice terapia por muchos años. En 2008 hice con un privado, pero tampoco me sentí cómodo y no fui más. Retomé en el 2013 en el hospital Alvear, porque estaba reviviendo varias cosas. Fue cuando me acerqué a la Coordinadora, me enteré de que estaban peleando por una ley que mejore la calidad de vida de los sobrevivientes, y me interesó, sentí que tenía que estar ahí, había pasado mucho tiempo y era una cuenta pendiente, no podía no estar, por más que doliera, por más que me comprometiera psicológica y físicamente. Ahí descubrí que había 16 pibes que se habían suicidado y 27 familiares que murieron de cáncer. Son enfermedades que surgen de la tristeza, de la mala salud que te genera esto. En las marchas hay padres que es increíble cómo se les ve en la cara una tristeza incomparable con nada, es impresionante, parecen como muertos vivos. Muchos han fallecido. Es necesario derribar los mitos que se instalaron, la estigmatización. En cromañón no eran todos borrachos que no les importaba nada, sino pibes que eran lo más valioso que teníamos nosotros, porque dieron su vida por otro, entraron 30 veces hasta que no pudieron salir más. Es fundamental que los libros de mañana no digan que fueron a un recital un montón de borrachos que ponían a sus bebés en los baños.



-Esa estigmatización que surgió luego de Cromañón alcanzó a los músicos y al público. La sociedad condenó a Callejeros antes que la justicia. La salud de los sobrevivientes nunca fue motivo de interés de los medios, ¿Crees que es necesario mostrar las cosas positivas que salieron de Cromañón?

-Si, y por otro lado a mí me duele. Era una generación que integraban los más excluidos, si bien había gente de clase media y clase alta, la mayoría eran pibes excluidos, hijos de los 90, desangelados, que iban ahí y de alguna manera era su forma de hacer catarsis. Ir a tomar un vino al recital,  por algo en el escenario no se cantaban consignas vacías como las que canta Tan Biónica o grupos así, que no hablan de nada, sino que había un mensaje, había consignas claras sobre algo que tenía una identificación en la sociedad, y creo que eso también es rescatable, porque nosotros hoy en día no estaríamos militando sino fuera porque ya en ese momento buscábamos algo más que un lugar para divertirnos. También hay que tratar de decirle a los chicos que quizás se sienten excluidos, o están recluidos en sus casas, que se puede convivir con esto bien y salir de Cromañón, porque hay muchos pibes que todavía no salieron.



-¿Vos saliste?

-A veces siento que no. Lamentablemente, más no que sí. Lo que pasa es que me agarró de muy chico, y soy un pibe bastante sensible, entonces me atravesó completamente lo que pasó.

No se terminó Cromañón. Yo esa noche volví a entrar una vez, porque no encontraba a una amiga mía. Tuvo suerte, se golpeó, se desmayó, se cayó y quedó en el piso. Salió mucho después, se salvó porque el humo no llega a más de 20 centímetros del suelo. Estuvo internada, desintoxicándose, tiene consecuencias pulmonares, pero zafó. Esa noche pasó eso. Éramos un colectivo social desprolijo, contestatario, de clase baja, pero solidario, y nunca se bajaron los brazos hasta que no nos dejaron entrar más a Cromañón. Hoy seguimos haciendo lo mismo que hicieron esos chicos, que es volver a entrar, metafóricamente lo digo, para poder ayudar a que los pibes estén sanos y salvos. Yo creo que se lograron cambios. Es muy cansador, casi siempre estoy a punto de patear todo a la mierda, todo el tiempo estoy pensando que no quiero hacer más nada de esto, todos los días. Es pensar en esto, es obligarte a pensar en esto, cuando durante mucho tiempo te obligaste a no pensar.



-¿Es indispensable para cerrar el círculo?

-Sí, creo que eso es lo que me hace que siga, a pesar de que noto alguna que otra consecuencia en mi estado de ánimo. Me parece que es más importante el otro, y ya se dieron muestras de eso. El día a día es difícil, los compañeros se bajan de la organización, muchos se van, pibes más grandes, referentes, con más experiencia en la política, se bajan y te dejan ahí, con toda la mochila a vos, y digo: no puedo dejar esto porque se termina todo.